Érase una vez un joven leñador que tenía unas botas de cuero que nunca se quitaba. Un día, cuando estaba trabajando en el bosque talando un árbol, su compañero le cortó la cabeza por accidente. El joven murió desangrado y sus amigos le enterraron allí mismo con sus botas preferidas.

En un pueblecito llamado Chispirini di Monti, donde hacían unas pizzas buenísimas, nació un bebé llamado Leonardo y al que todo el mundo le llamaba Leo. A Leo le gustaba ir al bosque y jugar entre los árboles. Cierto día, Leo se adentró más en el bosque y vio la tumba del joven leñador donde había unas botas nuevas. Sin pensarlo las cogió y se fue a casa corriendo.

Cuando le vio su madre, le contó que aquellas botas podrían ser del joven leñador asesinado hace años. A Leo eso no le importó porque tenía las zapatillas rotas y esas botas eran nuevas. Con el paso del tiempo las botas se convirtieron en sus botas preferidas y nunca se las quitaba.

Al cumplir 25 años Leo encontró un trabajo de leñador en un bosque de Nápoles. A su madre no le gustó ese trabajo porque de pequeño Leo iba mucho al bosque y los árboles eran sus amigos. Su madre pidió a los dioses, que por cada árbol que talase su hijo creciera 10 centímetros.

El tiempo fue pasando y Leo era una de los leñadores más famosos en Nápoles por su estatura y por sus botas. Su madre seguía muy decepcionada.

Un día cogió el hacha de Leo y le cortó una pierna que cayó al río. Leo murió desangrado, pero su pierna empezó a crecer y a crecer hasta convertirse en una isla que se unió a Europa y así es como Italia tiene forma de pierna con una bota.


Texto por ELÍAS CALVO (1ºB ESO)
Ilustración por ELIZABETH IGLESIAS (3ºA ESO)

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