Corriste por los pasillos, giraste a la izquierda, luego a la derecha, otra vez a la derecha… Al cabo del rato, perdiste la noción del tiempo, dejabas que tus pies te guiasen, a cualquier lugar, te daba igual. Lo único que querías era escapar. Escapar de mí, de todo el mundo. Notaste cómo las lágrimas empapaban tu rostro, cómo toda tu realidad se deshacía ante tus ojos. El corazón te latía, tan fuerte que amenazaba con salirse de tu ser. Seguiste corriendo, sin ser consciente de adónde ibas. Solo querías escapar. Escapar… 

De repente, notaste algo frío, y chocaste contra la pared. Era un callejón sin salida. Tus piernas no lo soportaron más, y te derrumbaste por el esfuerzo. Habías fallado, no lo habías logrado… Ante tus ojos, viste como la sombra se acercaba, poco a poco. Paso a paso. Pum, pum, pum. Tu corazón no paraba de latir, de bombear sangre. 

Al final, llegué hasta ti y me miraste. 

Miré mi reflejo en tus ojos vidriosos. Mi pelo negro brillaba como una noche sin estrellas, revuelto por la carrera. 

Te sonreí de manera sádica, una sonrisa que no llegó hasta mis azules ojos.

El chico misterioso. Ilustración por ELIZABETH IGLESIAS (3ºA ESO)

Sin embargo, lo que te congeló el cuerpo no fue mi gesto facial, prometiéndote la muerte. Tampoco fue el cuchillo que llevaba en la mano izquierda. Sino que por toda mi cara estaba esparcida la sangre seca de tu mejor amiga.

Jadeaste con fuerza y me escupiste a los pies. Una mueca de disgusto apareció por toda mi cara.

No pensabas morir de una manera tan patética. Si quería guerra, estabas decidida a dármela.

—Thalia —mi voz ronca pronunció tu nombre—, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

Thalia. Ilustración por ELIZABETH IGLESIAS (3ºA ESO)

Llegabas tarde. Muy tarde.

Dejaste el móvil en la mesilla de noche y comenzaste a cambiarte rápidamente. Sin embargo, el equilibrio no era un don tuyo, y te caíste de bruces contra el suelo. Maldeciste en voz baja y te ataste las botas malamente. 

Te sujetaste el pelo en un moño mal hecho y saliste de casa corriendo,  tropezando con alguna que otra baldosa que sobresaliese de la acera.

Desde luego hoy no era tu día. Y eso que era tu cumpleaños. 

Continuaste corriendo y corriendo hasta que los coches y personas a tu alrededor no fuesen más que borrones de colores que pasaban lentamente por tus ojos. 

Cruzaste un semáforo estando en rojo, lo que casi te mata, pero después de diez largos minutos, llegaste al local. 

Jadeaste mientras intentabas volver a recuperar la compostura; la carrera te había matado. Volviste a maldecir en voz baja.

Cuando te hubiste tranquilizado, entraste al lugar. La puerta se cerró detrás tuya sumiéndote en la oscuridad. 

—¡FELICIDADES!

El grito que debiste de pegar en aquel momento se debió de escuchar en todos los alrededores. Las luces se encendieron y te encontraste a todos tus amigos con una tarta de cumpleaños.

—Gracias —comentaste, tratando de volver a controlar los nervios del susto.

Una joven de tu misma edad se acercó a ti y te abrazó. Ella era más bajita que tú pero tenía un carácter capaz de hacer temblar la misma tierra. Su pelo rubio contrastaba con sus ojos verdes, iguales a los tuyos.

—¿En serio, Thalia, llegas tarde hasta a tu propia fiesta de cumpleaños?

—Hola a ti también, hermanita —dijiste sarcásticamente mientras te dejabas caer en la silla.

El moño se te había deshecho por la carrera y tu pelo castaño caía alborotado por toda tu espalda.

Edurne. Ilustración por ELIZABETH IGLESIAS (3ºA ESO)

Miraste a Edurne, tu mejor amiga y hermana pequeña, que todavía te miraba con una ceja enarcada. 

— ¿Quién quiere tarta? —comentó un chico pelirrojo a tu lado.

Edurne desvió la atención de ti y se fue corriendo hacia la comida. Sonreíste a Miguel, el cual te acababa de salvar de la ira de tu hermana, y ambos fuisteis a probar el pastel de chocolate.

Miguel. Ilustración por ELIZABETH IGLESIAS (3ºA ESO)

Cinco minutos más tarde, todos estábais ya sentados en un círculo, riendo, bebiendo y recordando anécdotas de cuando érais pequeños.

De repente, Edurne se levantó con una copa de champán en la mano y comentó:

—¡Un brindis por nuestra cumpleañera, que llega tarde hasta a su propia fiesta!

—¡Por Thalia! —gritó Miguel a tu lado.

—¡Por nuestra tardona favorita!

—¡Por la comida gratis! —gritó mi hermano pequeño mientras se comía un trozo de pizza.

Reíste ante su comentario y con un sonrisa, tu también brindaste:

—¡Para que no llegue nunca más tarde!

—Eso es imposible, Thalia —comentó tu hermana mientras sonreía.

Todos tus amigos se rieron ante el comentario, incluida tú. Al final el día no había sido tan desastre como se había prometido. Estabas con tus amigos en tu fiesta de cumpleaños, todos riéndose y celebrando como si no hubiese un mañana. 

Saboreaste esos momentos de felicidad que se presentaban ante ti. Sin embargo, una parte en tu interior no paraba de avisarte que esto no iba a durar. Sacudiste la cabeza intentando librarte de esos pensamientos intrusos. Hoy no. Querías ser feliz por un par de horas.

Pero no pudiste ignorar el sentimiento de angustia que se te instaló en el pecho. Era amargo, como el futuro que este prometía.

Y así, poco a poco, os metisteis de lleno en mi juego sin daros cuenta. El caos no había hecho nada más que comenzar.


Texto por IRENE CALVO (4ºC ESO)
Ilustraciones por ELIZABETH IGLESIAS (3ºA ESO)

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